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Chile, la alegría ya vuelve

El referéndum pasará a la historia como el día en el que se puso un alto a la deriva autoritaria y progresista que imperaba los últimos tres años. Nuevamente, por medio de la vía democrática.

Cuando llegaron las noticias del plebiscito constitucional de Chile celebrado el pasado domingo 4 de septiembre de 2022 las reacciones no se hicieron esperar: por un lado, el júbilo de los partidos de la derecha (https://bit.ly/3x4DCfg) y buena parte de la sociedad civil organizada del país andino (https://bit.ly/3x4eaGQ) así como también publicaciones de carácter liberal como The Economist celebrando “el triunfo del sentido común” (https://econ.st/3RrDtKT). Por otro lado, una izquierda trasnochada cuyas aspiraciones máximas se vieron frustradas de golpe, pasando desde reflexiones autocomplacientes en torno a lo ocurrido (https://bit.ly/3QnTv7u) hasta vergonzosos tuits de figuras tan relevantes como lo es el presidente de Colombia (https://bit.ly/3RoJgBa).

Y es que el resultado final fue de 7,886,434 de votos por el Rechazo (61.87%) contra 4,860,266 de votos por el Apruebo (38.13%), con una participación histórica del 85.81% del electorado chileno. Si se buscaba un ejercicio con una participación ciudadana lo suficientemente grande para dar legitimidad al proceso, este lo fue. Si bien las encuestas mostraban una tendencia favorable para la opción de rechazo semanas antes del referéndum (https://bit.ly/3qlGTmM) los resultados reales fueron una sorpresa nada agradable para las élites progresistas -como Michelle Bachelet votando desde Ginebra (https://bit.ly/3BnsCMy) o Pedro Pascal mostrando su “indignación” desde Venecia pero sin haber votado (https://bit.ly/3KW55W3)- y para los miembros más fervorosos de la izquierda radical chilena, quienes culpan a una campaña de desinformación y manipulación pagada por los partidarios del rechazo así como un decepcionante desempeño del gobierno del presidente Gabriel Boric (https://bit.ly/3cSVsLh).

Las calumnias que acusan de “pinochetismo” a los partidarios del Rechazo no solo son absurdas puesto que la continuidad del proceso constituyente que redacte una nueva carta magna nunca estuvo en duda (https://bit.ly/3D79q7c) sino que también son inconsistentes puesto que demeritan el hecho de que los resultados se lograsen por medio de la participación ciudadana de manera pacífica e institucional en uno de los procesos democráticos más grandes en la historia del país, ciertamente con mayor participación que la elección presidencial de 2021 e incluso que el referéndum constitucional de 2020, en el cuál votó poco más del 50% de la ciudadanía chilena. Pudiendo estar en desacuerdo con las fuerzas promotoras del Rechazo, no existe lógica en acusar de golpismo o hacer paralelismos con la dictadura de Augusto Pinochet cuando uno llegó al poder por medio de la violencia y en el otro se obtuvo el triunfo por medio de la participación democrática.

Todo lo contrario, este ejercicio y sus resultados son la más reciente expresión dentro del legado por parte de la Concentración que logró la transición a la democracia por la vía ciudadana y supo distinguir entre aquellas cosas que necesariamente debían de cambiar como aquellas cosas que convenientemente habría que conservar del periodo pinochetista. La Constitución de 1980, para empezar. Tanto democratacristianos como socialistas derivaron su autoridad de dicho texto, y si bien algunos presidentes como Ricardo Lagos y Michelle Bachelet (ambos socialistas) realizaron reformas de fondo la constitución seguía siendo la misma. Si el actual gobierno chileno aprendiese un poco de sus predecesores podría incluso reconsiderar la continuidad el proceso constituyente (https://bbc.in/3DbI67T).

De mismo modo, y contrario a lo que comúnmente se piensa y pregona, la Constitución de 1980 sentó las bases del funcionamiento de una democracia liberal que ha sido referente y ejemplo para toda la región durante las últimas décadas (https://bit.ly/3QxRfdD). Incluso ha sido reconocida por grandes figuras intelectuales como Mario Vargas Llosa, quien asegurara que el desarrollo democrático, económico y social chileno ha sido primordialmente gracias a los fundamentos liberales de la propia constitución (https://bit.ly/3Qsq2sU) principalmente por las innovaciones de los Chicago Boys y la influencia del pensamiento del economista austriaco Friedrich von Hayek. Todo ello sin dejar de reconocer que los excesos cometidos por la dictadura son injustificables y que de nada sirve gozar de bonanza cuando no se tiene libertad (https://bit.ly/3BqT9sz).

Si bien aún queda mucho por hacer y probablemente en poco tiempo se conformará una nueva asamblea constituyente, Chile tiene un respiro dado que se ha salvado de un proyecto que ponía en juego la integridad nacional (https://bit.ly/3BneumC), la competitividad económica de PyMEs (https://bit.ly/3qkJPA7), la división de poderes (https://bit.ly/3BktqRl), derechos de propiedad (https://on.wsj.com/3BptU9I) y otros puntos que en conjunto daban un saldo final se perfilaba a conducir al desastre económico y social del país (https://bit.ly/3RrG47G). Lo que se defendió desde la campaña del rechazo no fue una negación a la idea de expansión de derechos sociales -por cierto tampoco libre de crítica (https://bit.ly/3RPjuWk)- ni en contra de la idea de reducir la desigualdad o mejorar las condiciones de vida de la población más vulnerable, sino que defendió la estabilidad básica que requería el país para salir adelante y que la nueva constitución reemplazaría al consagrar una ensalada de deseos progresistas sin un marco lo suficientemente sólido para garantizar la equidad en la justicia, y los ciudadanos lo supieron (https://bit.ly/3RLPvhZ).

Lo cierto es que la del domingo no solo fue una derrota de la izquierda “octubrista” y las expresiones más radicales de las fuerzas políticas con tintes revolucionarios y altamente progresistas, sino que fue en efecto una contundente victoria de la institucionalidad democrática, del liberalismo clásico, de los principios republicanos, y, sobre todo, de las y los ciudadanos de Chile quienes asumieron la responsabilidad que conlleva tener el poder en una democracia. Pese a quien deba de pesarle, en Chile la alegría ya vuelve.

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